Al percatarse de lo sucedido, la familia salió corriendo en busca del perrito y se hizo un gran escándalo en las viviendas cercanas. Después de muchos esfuerzos, Yoyo regresó con Alessandra.
Por: Dr. Adán Figueroa/Ilustración: Pixabay
Estaban en un momento muy emotivo. El reencuentro que se había producido evocó tantos recuerdos y anécdotas en la mesa donde estaban reunidos. Era Semana Santa y habían recibido la visita de su tío, a quien no habían visto en años; solo faltaba Fernand, el mayor de los tres hermanos.
La casa de Henry, era muy bonita, amplia y cómoda. Ahí vivía con Elia, su madre, Roxi, su hermana menor y su novia, Iris. Desayunaban muy contentos en la terraza frente a la piscina y el jardín que incluía un área de verde grama. El clima muy fresco y agradable se esparcía en el ambiente. Al fondo y no muy lejos, se divisaba una loma cubierta de pasto y maleza que extrañaba la presencia de al menos un árbol que luciera su follaje bajo aquel cielo claro y con un sol reconfortante.
Entonces empezaron a contarle al tío y su esposa que, en esa loma, aparecían algunos burros sin dueño, no domesticados y que a veces, solo se divisaban sus orejas y se oía un rebuznar vespertino, casi melancólico. En ocasiones también se escuchaba el aullido de coyotes, que casi siempre permanecían lejanos y no se atrevían a incursionar cerca de las viviendas.
Elia recordó una leyenda, la de la carreta embrujada, que se escuchaba su rechinar cuando pasaba por los callejones de su tierra natal en Las Minas, cerca de Metapán. Yo nunca la vi, decía, pero mi hermano, él sí; él la vio muy claro y se puso todo erizo de la piel y se le durmieron las piernas y no pudo correr. Se quedó paralizado un buen rato.
Pero un día, estaba también en la casa, José, el novio de Roxi y los acompañaba la pequeña Alessandra, una niña muy bonita de escasos tres años, hija de Fernand y su esposa Michelle.
Llegaba en especial por jugar con el perrito de la casa que llamaban “Rómeo”, pero ella le decía Yoyo. Mientras los grandes mantenían la tertulia interminable, ella corría y disfrutaba de su incansable y pequeño Yoyo. En un descuido, Yoyo salió de la casa y corrió muy veloz en dirección a la loma donde aullaban los coyotes.
Al momento se dejó escuchar el rebuznar imparable de los burros como alertando del peligro inminente para Yoyo. Al percatarse de lo sucedido, toda la familia salió corriendo en busca del perrito y se hizo un gran escándalo en las viviendas cercanas. Después de muchos esfuerzos, Yoyo regresó con Alessandra y su familia.
Hoy tiene de compañía a Rabito, un pequeño conejo blanco que vigila inmóvil desde el patio trasero junto al muro y la piscina.