Un sujeto llamado “MONCHITO” (Primera parte)

Entonces le preguntaron desde cuándo conocía a ese tipo de las telas. Contestó que desde la hora del desayuno y que a él le encomendó buscar los clientes y desarmar los muebles.

 

Por: Dr. Ranulfo Oswaldo Araya Rodas.

EN UN PUEBLO MUY CERCANO A UN ENORME RESIDUO DE LAVA ANCESTRAL, había una jaula para leones fuera del circo remendado y llegó una noche un borrachín con un cepillo de dientes a cepillarle los colmillos.

De seguro tenía alguna caries porque el león mosquitoso le arrancó un antebrazo al alcohólico. Eso sí, el león apareció envenenado tres días después.

Pues en ese pueblo vive un hombre tan tranquilo que, dicen, piensa mover una pierna para mover la otra. De mediana estatura, piel blanca, de risa fácil, de pensamiento corto y de tener el tiempo para él solo. Le gustaba escuchar música de Los Galos y de Leo Dan.

Es un sitio muy caluroso a pesar de tener abundante agua fresca y un balneario llamado “La Poza”. Su gente tranquila, casi todos conocidos por el nombre de los abuelos. Tuvo la fama de ser tan católico que en los lugares donde había un fallecido colocaban una cruz formal de cemento con nombre, foto y hasta gallardetes, llegaron a haber tantas cruces en las calles que un visitante dijo que el pueblo parecía un cementerio en medio de los gallos y los gatos.

Frente a un enorme terreno llano para colocar circos pobres, los juegos mecánicos de las fiestas patronales o para jugar pelotas muy cerca del mercado y rodeado de varias casas de adobes, con palmeras o almendros enormes como ceibas, habitaban personas generosas y amigables.

En una esquina había una casa de setenta años de edad, hecha de adobes y maderos, tenía un rótulo: “Tienda MONCHITO”, inicialmente llamada “tienda Teresita”. Todos los días llegaba el vendedor del pan simple a las cinco de la mañana y la señora Dinora, le decía a su hijo:

– Levántate MONCHITO a comprar el pan. Le volvía hablar. No se levantaba y así todos los días. Hasta que después de tres habladas se oía un grito:

¡Levántate MONCHITO hijueputa!

Terminaba levantándose ella en camisón de balandrán y un gorro en el cabello, renegaba más que el padre de la iglesia, que lo hacía por los parlantes a todo pulmón y lo oían en todo el pueblo.

Desde los llamados a misa hasta donativos para algún menesteroso, pero a veces al padre se le olvidaba apagar el micrófono y se escuchaban las conversaciones con su secretaria, una mujer muy bonita y se escuchaban los boleros en el calor de las tres.

Abría la madre de MONCHITO la ventana y comenzaban a llegar los compradores por un cinco de queso, diez de café, quince del pan, un huevo de a diez y dos tomates de cinco céntimos, a manera de no llegar a los cincuenta para el desayuno por familia, así de poco en poco.

Hubo una niña muy pobre que llegaba a comprar un huevo y como eran a dos por veinticinco, ella pedía al día Diez céntimos.

Mientras, MONCHITO pasaba tres horas bañándose en la regadera, después durante otra hora se peinaba, cepillaba las prótesis dentales, planchaba el pantalón y se vestía para ir a ver qué había de comida en las cacerolas.

Agarraba un plato de peltre y se iba con el plato en una mano y el café en la otra a sentarse frente al mostrador de la tienda, después sacaba el tablero de ajedrez pues a las diez de la mañana llegaba un hombre mudo a jugar por diez centavos la partida.

Al terminar de jugar entre nutridos pleitos, a señales de mano de uno y pujidos del otro, terminaban dejando un singular empate y seguir al siguiente día la rutina de los juegos interminables.

Al guardar el tablero y las piezas de plástico en una bolsa de manta, iba a ver qué había de almuerzo y regresaba chupando las patas del pollo en un recipiente de caldo con papas, fideos, arroz y un rimero de tortillas muy calientes. Después se iba a la hamaca y hacer la siesta de dos horas, luego agarraba la bicicleta para ir al balneario a tomar tres cervezas y mirar el atardecer con los patos y pichiches.

Algunas veces llevaba la calzoneta y una careta de buceo para buscar prendas bajo el agua entre las piedras, siempre encontraba lentes, anillos o relojes de los descuidados visitantes.

Un familiar al verlo adulto con mujer, dos hijas y sin oficio ni beneficio, lo llevó al psiquiatra con el resultado:

– “Este muchacho es un juguetón”.

Aunque en otras partes se les llama aún aprovechado, sinvergüenza, haragán y simplemente un bueno para nada.

Debido a que la madre le insistía en que trabajara lo alentó a seguir a un hombre que llegó a la tienda a tomar una bebida y andaba promocionando telas para muebles, llevaba un muestrario de telas y pedía un anticipo, usaba dientes con oro burdo y sonrisa de malvado, pero se hacía decir que iba promocionando ventas de los almacenes a punto de quebrar y dejar telas a mitad de precio y fue cuando miró a MONCHITO en el momento que la madre le decía: buscá trabajo haragán.

Entonces el hombre le dijo:

– … doñita… ejem, yo le puedo dar empleo a su hijo. Se le ve que es un hombre que aprende rápido. Verá, yo vendo las telas y ya tengo varios encargos y anticipos, solamente dígale que traiga ropa de trabajo, un martillo, dos tenazas y un desarmador.

Dicho y hecho.

Y así MONCHITO se fue con el vendedor de telas. Durante el camino le dijo:

– Mira muchacho tú que conoces el pueblo y te conocen podemos visitar a gente que sabes que puedan comprar mi producto, te encomiendo desarmar los muebles y al regresar con las telas te enseñaré el oficio y ganaremos según número de clientes.

Así fue como visitaron veinte casas obteniendo el anticipo del cincuenta por ciento y quedó MONCHITO quitando pernos, desmontando maderos, telas y esponjas, resortes y haciendo un basurero en las aceras de las casas.

Al ser las siete de la noche y habiendo destartalado diez juegos de muebles, le llegaron a preguntar a MONCHITO a qué horas se harían las reparaciones pues ya era muy tarde.

MONCHITO contestó que no sabía acerca de nada de las horas. Entonces le preguntaron desde cuándo conocía a ese tipo de las telas. Contestó que desde la hora del desayuno y que a él le encomendó buscar los clientes y desarmar los muebles.

– ¡A la puta hombre! por verte con él creímos que era familiar tuyo, somos nosotros los que caímos pensando en que estando en tu compañía era un conocido ¡es un estafador!

MONCHITO se quedó con la tenaza y un desarmador en las manos y dijo mirando el desorden en la acera con cara de inocencia:

– Pero yo no puedo colocar lo que he quitado de los muebles…

Noooo, déjalo así, lo botaremos y haremos que lo forre alguien que sepa.

Mejor vete a tu casa ya es hora de cenar.

Pasados unos días y no encontrar trabajo, la señora lo envió a que aprendiera albañilería con un maestro de obra, por la paga mínima. Al menos aprenderá oficio pensó. Iba algunos días, como ayudante, haciendo huecos, cargando arena, llevando agua y ladrillos, aprendiendo a hacer la mezcla del cemento.

Hubo otro tiempo que le iba a ayudar a un carpintero ebanista, aprendió a serruchar burdo y pegar clavos en donde le decía el buen carpintero y por condescendencia le daba algunos pesos porque más atrasaba el rendimiento y botaba lo bueno trabajado. En otras semanas se fue con un electricista y aprendió a hacer nudos con alambres, a recibir algunos impactos de 220 voltios, y ni así avivaba, y de oficio en oficio revolvió los conocimientos de clavos con alambres y ladrillos que aprendió un poco de lo mucho de una sola cosa.

Pero hubo algo que le agradó. Fue pintar con brocha gorda. Y lo comenzaron a contratar porque lo hacía tan bien que hasta el quedaba como un paño para la escalera, muy pintado.

Un día la madre de él le encargó ir a la capital a comprar una cubeta de la mejor pintura y que con un conocido y familiar lejano pintarían la casa de adentro hacia afuera pues ya necesitaba un nuevo aire de renovación por acercarse la Navidad.

Se fueron con doscientos colones.

Llegaron al barullo de las calles de San Salvador y lo primero que vieron en una acera del parque Bolívar, fue a ver un hombre con aspecto de malabarista, de ropa informal, sonriente y hablantín y que en una mesa tenía tres frascos de madera, en uno de ellos hacia aparecer y desaparecer una bolita de “tapaculo”. Y un pasante cómplice que llegó salió contento con veinte colones por adivinar en donde estaba la semilla negra y redondita. Entonces Pedro el familiar le dijo:

– Mira MONCHITO aquí podemos multiplicar los doscientos pesos adivinando el vaso con la bola. Y así llevamos la pintura y dinero.

Dicho y hecho, perdieron hasta lo de los transportes. Y al regresar a la terminal de buses le suplicaron al cobrador que los llevara de vuelta y que al llegar al pueblo le pagarían. Iban en la parte de arriba del autobús entre los canastos, uno descalzo porque hasta los zapatos perdió con la frase: “¿En donde está la bolita?”. Iban pensando qué decir cuando llegaran sin pintura, dinero y sin zapatos.

– Imagínate Pedro, que el muy chingado, quería que apostara los pantalones. ¡Vendríamos en calzoncillos! ¿verdad?

Sí hombre, hoy dile a tu mamá que nos asaltaron y nos quitaron hasta los zapatos.

Al llegar solo iba MONCHITO, Pedro se puso a reír por ir sin zapatos y se fue a su casa con esa excusa, pero no regresó.

– Bueno MONCHITO, porque regresaron tan tarde, y sin la pintura??

Es que a Pedro le salió un ladrón muy bajito y le quitó el dinero y dice que va a venir a hablar con usted cuando se ponga los zapatos porque también se los dio al enano.

– ¡Enano tu abuela! Esa perra no la creo ¡¿En que putas se gastaron el dinero cabrón?! Solo falta que hayan ido a la Calle de las muchachas y les tronaron el dinero.

Nooo, de verdad no fue así, Pedro encontró un enano y le sacó un garrote…

– ¡Pedro tu abuela! ahora mismo vamos a casa de Pedro.

Pedro le dijo algo tergiversado pero que con el trabajo le pagaría, así que pintaría la casa sin cobrar. Esa Navidad pintaron la casa sin ganar un centavo por brutos.

-Son buenos para esconder la bolita ¿Y dónde está la bolita?… ¡Aquí está la bolita Pedro!… Y te quitó los zapatos. De seguro hubieras apostado el pantalón.

– Ya cállate y sigue pintando… Monchito “pindejo”…

La madre, por ser su hijo le tenía consideración y le compró ropa y zapatos, incluso a la mujer y las hijas de MONCHITO. Se fue en el vehículo de la familia y llegaron a un lujoso almacén capitalino.

Como hacía hambre metió los regalos al carrito y lo dejaron en un estacionamiento. Fueron a comer. Al regresar encontraron al carro con las puertas sin seguros, se habían llevado hasta la llanta de repuesto.

– ¡A la Puta, con estos mañosos de la gran puta! exclamó la señora…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *