Misericordia, el albergue para pacientes con cáncer que crea vínculos familiares

El pasado jueves, el Albergue Misericordia creado por la exprimera Dama de la República, doña Elizabeth de Calderón Sol, cumplió un año y fue celebrado con mucha alegría.

Fotos: Periódico Equilibrium.

Luis Nolasco solo vivió 18 años; su espantoso dolor quizás lo olvidó, solo cuando sintió aquella acogida maternal y paternal que el resto de pacientes de cáncer le dieron en vida en el Albergue Misericordia, donde pasó los últimos momentos de su vida.

Su cáncer agresivo en uno de sus pulmones no solo lo marcó a él, sino a muchos, si es que no a todos, porque a pesar de su deteriorada salud, supo ganarse el corazón de quienes le conocieron en el albergue.

De hecho, su doctora, Regina Ramos, la única de esa población de 35 pacientes actuales, no puede evitar que sus ojos se pongan llorosos al hablar de ese episodio que de alguna manera le ayudó a reflexionar profundamente sobre lo efímero de la vida y a valorar muchas cosas más.

Luis, luego de su ingreso y en el marco de su tratamiento, solo vivió 25 días en el albergue Misericordia. Ha sido hasta hoy el paciente más joven del albergue, dice la profesional quien asegura que el joven “nos dio una lección de vida a todos. No esperábamos el desenlace así, al menos tan pronto. Tenía más expectativas de vida, pero Dios se encargó de cumplir en él la promesa de acogerlo”.

La campana

Pero en el Albergue hay otras historias que muestran cómo hombres y mujeres han vencido el cáncer o están en proceso de lograrlo. De eso ha sido testigo la campana que permanece quieta, hasta que la alegría de quienes se aferran a su cuerda para accionar el badajo y hacerla sonar, irrumpe su quietud para anunciar que alguien sale victorioso del ataque cancerígeno.

Esta no sabe cuántas, pero son muchas las personas que han deleitado sus oídos con el escandaloso din don, anunciando a sus compañeros de infortunio que su enfermedad ha terminado.

Ella interrumpe su silencio y su quietud, para celebrar junto a vencedores del cáncer.

Rosa Valiente, de 51 años, cuenta su propia historia para que se sepa que, si bien el diagnóstico médico puede impactar de forma tan mordaz una vida, la oración, la fe y la atención de otros seres humanos como sus servidores en el Albergue Misericordia, pueden levantarles de nuevo, animarles y, mejor aún, sanarles.

Atiquizaya, Ahuachapán, agosto de 2019. Una biopsia dio la alarma; semanas más tarde un médico del Hospital Francisco Menéndez lo confirma: “doña Rosa, debo ser sincero, usted tiene cáncer cervical terminal”.

La noticia cayó como balde de agua fría, se quebró, lloró y se dio momentáneamente por vencida. Se autodesaució, ya no quería saber nada más que esperar el momento de su muerte: “hablen entre ustedes, póngase de acuerdo en lo que harán, mientras llega el momento”, les dijo a sus tres hijos y a su única hija.

Pero nadie estaba de acuerdo en perder antes de luchar. Por esa insistencia Doña Rosa Valiente conoció el Albergue Misericordia, no sin antes pasar por los dolorosos tratamientos de quimio y radio terapias.

El pasado viernes 8 de noviembre dejó de asistir al albergue Misericordia, después de terminar su tratamiento. Fue una de las que tocó la dichosa campana y todas las personas presentes habrán aplaudido. Por supuesto se trata de una victoria, ya no hay sangrado, ya no hay dolor, al contrario que a Luis, la vida le ha sonreído a ella nuevamente.

 

Rosa Valiente (derecha) junto a una amiga a quien conoció en el albergue.

Está agradecida por la atención que recibió durante cinco semanas a $15 semanales, por su condición socioeconómica, con todo tipo de atención, incluidos tiempos de comida de calidad.

Todo el personal, tres enfermeras, una doctora, un cocinero y un motorista les atienden con mucha calidez, 24 horas al día.

«Fue tanta bendición que ya no quería irme de acá». Ella recibió su tratamiento de quimioterapia y radioterapia en el Hospital de La Mujer y en Hospital Zacamil, pero se apresta a iniciar una ronda de braquiterapia.

El voluntariado

Pero en esa lucha, estas personas como pacientes de cáncer no están solas. Las asisten personas de gran valor como Ana Camilia de Castro Durán; ella tiene 79 años y, si ella no se lo cuenta, usted jamás pensaría que es sobreviviente del cáncer de mama.

Como voluntaria que ayuda al albergue le habla a cada paciente de su caso. “A veces no me creen que he padecido cáncer”, dice. Pero es cierto, hace 35 años, cuando hablar de cáncer era hablar de una muerte segura, ella luchó y venció.

Doña Camila de Castro (centro) sobreviviente del cáncer, ahora voluntaria.

Ahora está muy activa en el gimnasio, todos los días a las 6:00 a.m. hace sus ejercicios y ha tenido el apoyo de todos sus hijos entre quienes figura Javier Castro, Director de Asuntos Legales de Fusades.

“Estoy alegre con la vida y con Dios porque me premió con seguir con vida y poder ayudar”.

De la mano de la fe

En un rinconcito de la tercera planta de lo que bien puede ser un hotel de cinco estrellas para personas de escasos recursos que son beneficiarias de atenciones del albergue, se respira un aire espiritual, independiente de la fe que profesa cada paciente.

La capilla, el lugar que permite el recogimiento espiritual.

Se trata de una pequeña capilla donde un Cristo crucificado, una imagen de la Virgen María y un vitral que evoca misericordia; “allí van católicos y no católicos y las personas se suman igual, rezando unos por otros. Ese rinconcito es de bendición y unión, pero sobre todo de fe a los pacientes”, dice Regina Ramos.

Pero la fe, como lo muestran otros pacientes como don Julián Mejía, también está en su propia gana de vivir y de olvidar por momentos que el cáncer es su indeseable acompañante.

Su forma de evadirlo es elaborando una red de pescadores, ya tiene cuatro semanas de estar en el alberge y pone en práctica lo que sabe hacer en su natal Sonsonate.

Don Julián, el artesano que teje sus esperanzas materializadas en una red.

Siendo habitante de la zona costera, en Acajutla, don Julián aprendió el oficio de hacer redes desde su niñez, gracias a su padrastro; ahora su hijo sigue su ejemplo y lo ha trasladado a sus nietos. Allí, en esa red, quedan atrapados, de momento, no peces, sino esperanzas de salir del albergue con una nueva oportunidad de vida.

El Aniversario

Elizabeth de Calderón Sol, Presidente del albergue, impulsora de este enorme proyecto desde hace un año, se ha reunido con su personal colaborador, con pacientes activos y con personas que han dejado el albergue, para celebrar el primer aniversario de este centro que da atención de gran calidad, desde la estadía hasta la alimentación y el transporte para pacientes que demandan esta oportunidad, por un monto que va desde los dos hasta los cuatro dólares diarios, dependiendo de la capacidad de cada persona.

La artífice de la gran obra de amor, doña Elizabeth de Calderón Sol.

Tal es la calidad de atención, que cada persona que se va, “no solo llora porque toca la campana, sino porque nos dejan y dejan a sus compañeros”, resume doña Elizabeth.

Aún más, doña Rosa y don Julián, ya están pensando en regresar al albergue a visitar a «su familia extendida» porque les es difícil olvidar tantas muestras de amor que allí han recibido.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *