El Castillo de San Felipe de Lara, encuentro entre conquistadores y piratas

Una visita de 48 horas a Livingston, municipio costero del departamento de Izabal, en Guatemala, basta para conocer parte de su historia y de sus extraordi-narios recursos naturales.

 

Fotos: Periódico Equilibrium.

Entrar al espacio del castillo es visitar el lugar de aquellas mujeres guatemaltecas que además de esclavas, fueron objetos sexuales de los españoles que llegaron a ese lado de América con un solo propósito: robar la riqueza de Guatemala para llevarla al reino de España.

Allí, en esa zona verde ahora tan atractiva hubo violencia y tristeza en las chozas levantadas para resguardar a las nativas de Jutiapa y otros lugares del país, a quienes violaban y luego, al salir embarazadas, abandonaban a su suerte en sus pueblos originarios.

Parte de la zona verde donde elevaban chozas para las esclavas sexuales.

En ese lugar de Izabal, justo en el municipio de Livingston, en la división imperceptible del imponente Lago de Izabal y el Río Dulce, se levanta una fortaleza cuya construcción que duró 56 años, fue ordenada en 1595 por la Corona Española.

Los conquistadores españoles habitaron la fortaleza durante 229 años y, desde allí, resguardaban lo mejor que podían el oro, la plata, el jade y otros tesoros robados a Guatemala, pues era común que piratas de Holanda, Bélgica e Inglaterra, intentaran robar lo robado.

Conocido como el Castillo de San Felipe de Lara, ahora esta antigua edificación, sometida siete veces a remodelaciones desde 1976 en virtud del terremoto que asoló a Guatemala, tiene 423 años y solo fue abandonado del todo por los españoles en 1824, tres años después de la firma de la independencia; el 60 por ciento de la fortaleza está reconstruido.

La historia encerrada en las gruesas paredes

Entre la sala de dormitorios de los soldados y del capellán y entre el cuarto de torturas de la fortaleza existía el lugar donde celebraba la misa y se confesaban sus inquilinos.

“Pirata que entraba prisionero al Castillo de San Felipe de Lara, solo podía salir de allí, muerto”, explica la guía turística del Instituto Guatemalteco de Turismo (Inguat) Ada Eunice Vásquez.

Desde la Torre Último Baluarte, se tenía un amplio dominio visual.

Las torturas en el calabozo eran crueles; solo para dar una idea, los piratas de casi dos metros o más, eran encerrados encadenados de pies y manos en una celda en la que apenas cabía uno solo, pero allí sus verdugos hacían que permanecieran dos.

Cuando morían producto de la desnutrición porque solo tomaban un vaso de atol al día, o por alguna enfermedad grave como la malaria, sus cuerpos eran lanzados al quiniel (canal alrededor del fuerte) para que fueran devorados por los caimanes que allí vivían.

Pero antes que todo esto, a los piratas prisioneros ya le habían arrancado totalmente la dentadura y las uñas de manos y pies.

La despensa de entonces, ahora es un pequeño museo donde se exhiben pocas cosas originales, como cañones de 1,500 libras, carretas para montar los cañones, las ruedas de carretas con bueyes usadas para traer de Zacapa el material de construcción del castillo, como la roca caliza y la de coral extraída del mar, las cuales eran pegadas con una mezcla de cal arena y barro.

El Castillo de San Felipe de Lara, es llamado así en honor al Oidor de España Antonio de Lara y Magrovejo, quien lo reconstruyó en el año 1651, tras un fuerte ataque pirata que lo destruyó, dice la guía turística.

Fue incendiado tres veces por los piratas y atacado más de 100 veces, el techo era de palma y con las flechas en llamas lo incendiaban los atacantes. Así robaban municiones y alimentos.

Cañón de hierro, resguardando el límite entre el Río Dulce y el Lago Izabal.

Abierto al público

Cuando se declaró monumento o bien de interés cultura, se colocaron los 17 cañones de hierro y los dos de bronce para que la población turística los conozca.

Desde la Torre Último Baluarte Baluarte, ubicada en la terraza de vigilancia de la fortaleza, se contempla el Lago de Izabal de 45 kilómetros de largo, 20 de ancho y 18 de profundidad, del cual se alimenta el Río Dulce que tiene de largo 42 kilómetros y se une al mar Caribe de donde venían los piratas. Al lago lo abastece el río Polochí.

Desde esta torre se avistaban las naves de los piratas que eran conocidos como ladrones, antisociales y despiadados pues, al no tener el amparo de nadie actuaban como se les antojara.

Los cañones de bronce

Cañón de bronce, con alcance de hasta 500 metros.

Eran de corsarios ingleses quienes tenía mejores armas que los españoles; los de hierro alcanzaba 300 metros el disparo, eran de los españoles; los de bronce propiedad de los corsarios, algunos alcanzaban los 500 metros en sus disparos.

Los dos de bronce que se conservan en el castillo los abandonaron los corsarios ingleses durante una batalla que perdieron, pero antes de abandonarlos los sellaron para que los españoles no los pudieran disparar.

Los de bronce tienen 222 y 225 años y tienen calada la corona de la realeza y una inscripción en francés que traducida dice “Maldito el que mal piensa”; la frase la utilizó el Rey Jorge en una fiesta cuando bailaba con una condesa, a quien se le cayó la media y él, caballerosamente, le ayudó recogiéndosela y quienes lo vieron murmuraron mal de él y por eso plasmó dicha frase en los cañones.

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