El cadejo, ni malo ni bueno

Se ubicaron en la casa del árbol para cubrir cuatro puntos y guardaron silencio. Pasaron unos minutos y nada. No había tal cadejo. De repente Edgar de nuevo: miren ahí está, ese es el cadejo.

 

Por: Dr. Adán Figueroa.

Ilustración: Mely.

Los dos estaban en la casa del árbol, aunque realmente no era casa de árbol, pero así le llamaban por estar entre ramas y arbustos de la vegetación próxima.

Muy temprano de esa tarde habían estado escuchando historias y leyendas del cadejo: que el blanco era el bueno y el negro el malo y todo eso los había puesto un tanto temerosos.

Pero lo que realmente los asustó fue la visión que tuvo Edgar, mientras observaba el paisaje que ofrecía San Marcos en las faldas del cerro de San Jacinto. Eran como las cinco y el cielo estaba despejado, hasta el volcán Chichontepec se veía lejano en el horizonte con una nube blanca que descansaba sobre sus dos chiches.

El silencio de la tarde era asombroso, no se escuchaba absolutamente nada. Todas las guacalchías, tordos y cenzontles habían desaparecido.

Eso fue también lo que contribuyó a que Edgar tuviera miedo, cuando después de estar ensimismado observando el paisaje que tenía frente a sus ojos color marrón y girar su cabeza hacia la derecha y abajo, descubriera un animal que no era negro ni blanco, más bien era de piel café, con un pelaje fino, brillante como sus ojos que por el reflejo de la luz parecieron pequeñas brazas.

Edgar le gritó a su amigo: ¡Es el cadejo Milton!

Milton se aproximó veloz y vio donde Edgar le indicaba, pero ya no había nada. ¡Nada!, la calle estaba vacía y no se había escuchado ruido alguno.

– ¿Ves Milton? es el cadejo y así como apreció también desapareció.

– Estás loco Edgar, le dijo Milton. Los cadejos son cosas de leyendas. No existen en la realidad.

– Entonces ¿Qué era ese animal que yo vi? porque sí lo vi.

– No sé, quedémonos observando un rato y si quieres llamemos a tus hermanos.

– Edgar los llamó al instante y les explicó de qué se trataba para que estuvieron con un ojo al Cristo, como se dice.

Se ubicaron en la casa del árbol para cubrir cuatro puntos y guardaron silencio. Pasaron unos minutos y nada. No había tal cadejo. De repente Edgar de nuevo: miren ahí está, ese es el cadejo.

Todos volvieron a ver y solo Milton alcanzó a divisar un pequeño animal que se perdía en la maleza del terreno de enfrente.

Segundos después, dice Gabriel: ahí está otro cadejo y “pumm” desapareció; luego Adrián, miren otro animal igualito. Total el cadejo se les apareció a los cuatro y desapareció con rumbo diferente.

Los cuatro niños salieron corriendo a avisarles a sus papás lo ocurrido. Edgar que era el mayor les explicó: primero se me apareció a mí y después lo fueron viendo uno a uno.

Aparecía por diferentes lugares en el mismo instante y antes de desaparecer se nos quedaba viendo y “pas”, desaparecía. Seguramente es el mismo que por las noches gime con tanta tristeza y dolor en la inmensa oscuridad y soledad de la colonia. Alguna pena a de tener; porque no es ni bueno ni malo, porque no es blanco ni negro.

– Entonces ¿Qué es? dijo Milton.

– No sé, dijo el papá de Edgar, pero pronto lo averiguaremos.

Se fueron todos de nuevo a la casa del árbol y nada. Cayó la noche y la oscuridad fue opacando cada vez más la maleza del terreno y la misma calle de enfrente.

¡Mañana lo vengo a buscar dijo, el padre de Edgar y les demostraré que no es el tal cadejo. Ahora entrémonos, ya comienza a hacer frío.

Entraron a la casa, cenaron y los cuatro niños se fueron a la cama. Casi no pegaron un ojo por estar pendientes del famoso cadejo. No oyeron ningún gemido lastimero. Al siguiente día a la hora de almuerzo dijeron: nosotros vamos a almorzar en la casa del árbol y vamos a vigilar a ver si aparece el cadejo.

Almorzaron, jugaron y platicaron. Como a las dos de la tarde Edgar bajo de la casa y fue a dejar unas frutas y unos pedazos de carne a la calle, por si el cadejo tenía hambre y así podrían verlo más fácilmente.

Los cuatro estaban muy pendientes observando cuidadosamente la calle y el terreno de enfrente. Al rato, empezaron a bostezar y se quedaron medio dormidos.

El pequeño Adrián, de un grito despertó a sus hermanos y primos cuando dijo: son cuatro cadejos. Dos grandes y dos chiquitos.

Los dos papás estaban también pendientes y salieron corriendo a verificar la alarma de Adrián. Gran sorpresa se llevaron todos. Los cuatro animales finos, delicados y gorditos, estaban comiéndose las frutas que Edgar les había dejado.

– Vean bien, les dijo el papá de Edgar. Esos no son cadejos.

– ¿Y qué son tío? dijo Milton.

– Se llaman cotuzas y se alimentan de frutas. A esos animalitos hay que cuidarlos mucho, porque ya hay muy pocos y los dos pequeños son sus hijitos.

¡Ah!, si papá. Así lo haremos.

 

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