Mujeres obreras que cambiaron de mentalidad, por sus derechos

Monserrat Arévalo, cuarta a la izquierda, junto a las obreras y profesionales que mantuvieron la lucha hasta lograr que la organización Mujeres Transformando, se convirtiera en un referente de las campesinas en santo tomás y otros lugares del país.
Monserrat Arévalo, cuarta a la izquierda, junto a las obreras y profesionales que mantuvieron la lucha hasta lograr que la organización Mujeres Transformando, se convirtiera en un referente de las campesinas en Santo Tomás y otros lugares del país.

Periódico Equilibrium presenta a partir de este lunes, una serie de tres reportajes elaborados con el testimonio de mujeres profesionales y obreras que tras perder el miedo a organizarse, lograron erigir una organización que ahora cuenta con cientos de agremiadas en distintos lugares del país. Dos mujeres fueron las pioneras.

Mujeres Transformando es más que un grupo de féminas. Es más bien una especie de movimiento, en el sentido estricto de la palabra. Representan acción.

Cuando en 2003 dos mujeres, entre ellas Monserrat Arévalo, al frente de un viejo escritorio  se turnaban para sentarse en la única silla que tenían dentro de un área que bien podría llamarse “oficina”, iniciaron el sueño de organizar a las obreras para educarlas desde el punto de vista laboral, no se imaginaron que diez años después, celebrarían varias conquistas.

Justamente, el  3 de julio de 2003, en Santo Tomás, iniciaron un viaje cuesta arriba. Ni siquiera las mismas obreras que pretendían beneficiar (y que al final beneficiaron), les daban credibilidad. Es que ellas imaginaban que organizarse era salir a las calles, manifestarse, vociferar, lanzar piedras y, en el peor de los casos, aprender a usar armas.

Nada más alejado de la realidad. Si bien Monserrat venía de la lucha armada, empuñando literalmente los ideales de la revolución, no buscaba

De la lucha armada a la organización de obreras, Monserrat pasa sus días educando a las mujeres rurales para dignificarlas.
De la lucha armada a la organización de obreras, Monserrat pasa sus días educando a las mujeres rurales para dignificarlas.

continuar con la iniciativa de continuar ninguna guerra. Los Acuerdos de Paz ya tenían diez años de haberse firmado y no había reversa.

Por el contrario, aquella mujer revolucionaria era también una psicóloga y estaba en sus planes dar un paso cualitativo en la continuidad de la lucha por la dignificación de la población campesina. La lucha había terminado, pero los abusos contra los derechos humanos, no.

Así empezó la organización comunitaria, a veces con el apoyo municipal de las autoridades de la época, a veces solas y, después, acompañadas de una modesta cooperación internacional.

Se trataba, recuerda, de apoyar a las obreras textiles. En Santo Tomás no hay zonas francas, pero en ese momento del inicio de la organización, el 40% de su población femenina trabajaban en las maquilas de Olocuilta y San Marcos.

“No pensamos en ir a las zonas francas, sino a los lugares de habitación por el riesgo de despidos por recibir formación en derechos laborales. Se prefirió darle un carácter territorial y no maquilera”, recuerda.

Monserrat agrega que se concebía, y se conciben, como mujeres que están trabajando por transformar la vida de las mujeres en las maquilas y las mujeres en general para, a su vez,  transformar las relaciones de poder en el país.

Y es que en su calidad de sicóloga, buscaba trabajar con mujeres sobrevivientes de la violencia política, campesinas, bases  del FMLN que enfrentaron masacres y pérdidas de todo tipo; este esfuerzo lo inició en San Salvador. “Luego me encontré con el feminismo para transformar  las relaciones de poder tan desiguales entre hombres y mujeres”, recuerda.

La apatía de las mujeres para vincularse con la organización mezclaba una serie de sentimientos; en principio, temor de despido, después desinterés, falta de conciencia de que son ciudadanas con derechos o, a lo mejor, presiones en el hogar, porque los maridos no las dejan salir de sus casas.

Santo Tomás no pasaba para entonces, de mantener organizaciones intercomunales o Adescos para impulsar la parte participativa en la toma de decisiones de la alcaldía.

Sin dinero, sin recursos, sin salarios aun siendo jefas de hogar, solo con las ganas de trabajar, fueron prácticamente arrinconadas en un área de promoción social de la alcaldía local, pero se fortalecían en la medida en que encontraban mujeres líderes y se logró, pasado un buen tiempo, la cooperación Suiza, a través de una licitación en temas de derechos laborales.

A pesar de la carestía total, lograron elaborar un diagnóstico sobre la situación de la niña y la mujer en el municipio, para darle una herramienta a la comuna, pero el cambio de gobierno local condujo a la pérdida de ese esfuerzo.

El diagnóstico reveló la precariedad, gente que sobrevivía con menos de un dólar al día, bajos niveles de escolaridad, muy  pocos niveles de participación de las mujeres en las Adescos, problemas de salud, carencia de proyectos productivos, ausencia de espacios de recreación y descanso para las mujeres, por mencionar algunos.

A diez años después de aquella lucha inicial, consideran que la comuna sigue en deuda porque se plantearon muchos proyectos que no han sido concretizados, como la idea de construir una guardería municipal, para atender a los hijos de las obreras. Todos los candidatos se han comprometido sin cumplir, recuerda Monserrat. Se necesita infraestructura para talleres, capacitaciones, jornadas, y todo lo que se hace, por hoy, en las casas de las mujeres que forman parte de Mujeres Transformando (MT).

Lea mañana: «Una mujer que dio la cara por su dignidad»

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