Siempre tiene historias que contar; la temporada de Semana Santa, para ella es una oportunidad de ofrecer los refrescos de horchata y tamarindo, además de los “sándwiches”, muy ricos, por cierto, que sabe hacer desde hace decenas de años.
Fotos: Periódico Equilibrium.
Mejicanos, San Salvador. Son las 8:00 a.m. del 8 de marzo y a lo lejos se distingue una mujer morena, cuya piel refleja las innegables cicatrices que dejan los más de 70 años de su vida.
Su amigo, Mario Pacheco, está con ella, recordando aquellos días de universitario cuando “La Monchita” les repartía comida a él y a otros 29 inquilinos que se alojaban en unos apartamentos de uno de los edificios de la Súper Manzana, en la colonia Zacamil. Era 1989.
En realidad, La Monchita no tiene ni por cerca el nombre que genera el diminutivo cariñoso, pero se deja llamar así por su amigo, porque ese apelativo proviene del nombre de su esposo Alfredo Ramón, a quien Pacheco lo llamaba “Don Monchito”.

Su verdadero nombre es Delmy viuda de López y viven desde hace unos 40 años en ese edificio donde conoció a los estudiantes y a quienes, por caridad les empezó vendiendo su comida diaria (los tres tiempos). Pero allí no solo la recuerdan por eso, sino porque esta mujer se dedica a mantener limpia tanto su apartamento, como el edificio completo; cuando puede y como puede, le ayuden económicamente o no sus vecinos, pinta las gradas y las paredes sucias para rejuvenecerlas.
“Mire, yo no hago trato con la soledad, necesito abrazar a alguien, tener a alguien cerca, porque la soledad sí me mata”, confiesa. Otras amistades de ella la llaman “La Colocha”.
Vive con su hija; otro hijo suyo ya no está con ella, pues se mudó hace mucho hacia otro país, hasta donde viaja para visitarlos periódicamente.
Ese día, cuando fue vista frente a su apartamento, estaba detrás de una mesa sencilla, en la acera; vendía fruta y otros productos. Con las carcajadas que la caracterizan contaba parte de su historia, la cual era avalada por Pacheco (otro personaje de la ciudad, de quien en otra ocasión contaremos su historia).
“La Monchita”, “La Colocha” o mejor dicho Delmy, no soporta la hipocresía; de hecho, por eso dejó de frecuentar la iglesia donde le gustaba servir donando sus deliciosos refrescos para recolectar dinero que sirviera para los gastos eclesiales. Lo hizo con amor para los hermanos y el cura, contó en otra ocasión anterior, pero la contradictoria actitud de algunos que se definen como religiosos, la desanimaron. Pero no renunció a su fe.

Esta mujer, que entrega su amistad con mucha alegría ha ayudado a mover el mundo, sin hacer aspaviento, en “silencio”, con tenacidad y con la convicción que el mundo es mejor si la gente es alegre, solidaria y sincera.
No tiene títulos académicos ni trabaja en empresa alguna; por ello quizás no hay posibilidades de escribir una historia y un reconocimiento rimbombantes, pero sí que vale, y mucho.
Con dificultades firma los documentos legales. “Solo quienes me conocen saben leer el garabatillo”, bromea. Pero eso no la hace menos, ella continúa la vida haciendo el bien a quien lo requiere, vende sus productos, viaja fuera del país, ayuda cuando puede y quiere a la iglesia de su predilección y está pendiente de si alguien la necesita.
No huye de las circunstancias, las enfrenta y sigue adelante, como cuando decidió quedarse a cuidar a una de sus familiares en Ahuachapán, el día que inició la actividad sísmica que derrumbo y dañó varias viviendas. Ahí estuvo hasta que la dejó segura, comentó.
Así es Blanca de López, una mujer que en el mes dedicado a ellas, merece un reconocimiento público por ser parte del equipo femenino universal que impulsa el desarrollo de este país, desde el silencio y con humildad. Felicidades “Monchita”.