En cierta ocasión un “cristiano” llegó a mona y comenzó a perder el hilo de la letra, terminó llorando hablando babosadas de borracho, pero el repaso y comilona fue más nutrido.
Por: Dr. Ranulfo Oswaldo Araya Rodas.
EN AQUEL LUGAR APARTADADO DE LOS OJOS DE DIOS HABÍA ENTRE OTRAS UNA CASA MUY PARTICULAR. Ahí llego don Francisco a vivir con la señora Pavlova su hija Antonieva, don “caballo de palo”, Samuel “Vampiro”, la señora Chencha y otros dos grandes personajes de siete y nueve años de edad.
Fueron cinco años de vivir en ese rincón , entre mosquitos, agua con larvas de monstruos, Moros y Cristianos, borrachos y algún burro.
El terreno frente a la hacienda “La Manigua”, tenía un portón enorme flanqueado de un árbol de conacastes. Un sendero de cafetos, un árbol de guanábanas, otro de marañón japonés y otros de frutos diversos.
En esa casita “larga como tren”, con gallinas, patos, pavos, algunos cerdos y una que otra sabandija entre los árboles de cafeto, pasamos momentos que de alguna manera son divertidos cuando se recuerda lo agradable, como las tardes de Semana Santa; se escuchaban las cigarras cantando con su singular forma de hacerlo frotando el abdomen, eran todas las del mundo en aquel calor del demonio.
A lo lejos veíamos un hombre bajo el sol sembrando maíz, mientras un burro gris seguía con ganas a las yeguas que se le corrían porque sabían la suerte que les esperaba.
Eran nuestros entretenimientos de niños aparte de comer semillas tostadas de conacaste, hojas verdes muy tiernas de árboles de jocote, aguas de cocoteros, guineos de los racimos, rábanos del huerto, pepetos cortados a garrotazos. Mangos mechudos, naranjas muy dulces.
Nos bañábamos en los riachuelos, corríamos con “Ali” el perro “Pastor Alemán” que comía pan de dulce y era tan feroz que ni entre diez perros lo doblegaban; murió como perro guerrero de un escopetazo que disparó el ignorante, cobarde, panzón y cretino: “ don Tambo”.
El vecino más cercano, envidioso y desordenado que tenía una mujer piojosa y sucia.
Pero había algo que casi nadie percibía por estar encendiendo el fogón haciendo la masa de las tortillas, correteando las gallinas hacia el gallinero llamándolas con sonidos de los labios: Rrrrrrruuuuuuuu, Rrrrrrrrrrruuuu…, para que no se las comiera el zorro de la noche o por los otros ladrones; todas las tardes exactamente a la misma hora don Francisco encendía el radio de pilas para escuchar la voz inconfundible de un hombre con voz de dictador, los discursos muy largos, decía frases con la serenidad de un hombre bien agarrado de los pilares del Coliseo Romano o del Partenón con derecho a la libre expresión mundial y que casi se salía del radio, no hubo imperio que lo callara.
También pasaban a nuestro lado innumerables mariposas todas de sur a norte eran pequeñas y volaban sin detenerse, muy disciplinadas a esconderse de la noche, a esa misma hora iba un tren jadeante, desesperado que casi descarrilaba y volvía otra vez a agarrar impulso.
Nosotros no lo veíamos pero ahí estaba en los durmientes con rieles de fierro, sonaba con asma y pitaba desesperado, tal parecía que iba en una cuesta, nos lo imaginábamos tan cerca, pero nunca lo vimos por más que nos asomáramos desde los árboles de capulines y a veces soñábamos con su maquinaria caliente, con los vagones cargados de reses, cerdos y canastos con gallinas, la gente bajándose para empujarlo o esperarlo arriba cuando subiera la pendiente.
Muchos años después le preguntamos de eso a algunos que ahí estuvieron y nos dicen extrañados: ¿Qué hemos fumado? Simplemente no lo recuerdan o no quieren recordar ese lugar agreste; o quizás nunca existió, pero en caso de haber existido, lo que nunca vimos fue un solo árbol de Pino, cada año en noviembre veíamos los cañaverales incendiados a propósito para cortar mejor la caña de azúcar.
Pasamos las noches muy oscuras, escuchábamos en un árbol de Amate de la Hacienda a un pájaro nocturno que silbaba muy bien: “caballero, caballero… caballero”.
A los árboles, los murciélagos con sus aleteos de ciegos, llegaban a comer frutos de capulín; a veces la lechuza pasaba sobrevolando y hacia un ruido que daba temor:
Ssshhhiiiittt, Ssshhhiiiittt, la señora Pavlova se persignaba y decía:
– Que vaya pasando, que vaya pasando…nadie se quiere morir todavía! – Pues aseguraba como que ahora es miércoles, soleado y con el amargo sabor de seguir vivo, que ese pájaro nocturno pasaba cerca de donde iba a morir alguien, aunque el trayecto era incierto. Pero para ella certero. A veces al día siguiente moría un ancianito de 99 años cerca del terreno y decía:
– ¡Ya ven, ya ven, se los dije…!
Cuando llegaba a cantar un jilguero decía:
– Está avisando que alguien viene en camino.
No hacíamos caso.
A la mañana siguiente llegaba un familión completo en un camión a visitar, comer, sin llevar nada, charlar haciendo amenas las noches con comidas fuera de lo normal, con vino y café con quesadillas, uno de los visitantes fumaba con adicción de matarse, tosía y contaba chistes para adultos; otro coqueteaba, era Manuel de la Rosa , riéndose a carcajadas, usaba pantalón floreado con crisantemos bordado en Japón y una blusa rosada, haciendo chistes para señoras y repartiendo el pan con chocolate, a veces le tiraba besitos de caramelo a un chelón, narizón con el pelo con motas de algodón, muy popular que usaba una camisa mangas largas y corbatín azul, tenía siete años de edad.
– Ya ven -decía- la señora Pavlova-.
Comenzamos a creerle.
En cierta ocasión habían terminado de lavar la ropa, estaba tendida en los alambres, veía un nubarrón muy encapotado. Salía la señora Pavlova y daba tres soplidos a tres direcciones del viento apuntando a la nube.
– Que pase… Que pase, pasada de nube!…
Y en efecto no llovía, hacia un sol de escándalo hasta que se secaba la ropa.
Una vez estábamos estudiando en la sala y nos cayó muy certera sobre la mesa entre los libros una hoja del Naranjo .
– Va a venir una carta y con buenas noticias -decía-.
A la semana llegaba una carta de una amiga Rosa de la Castidad, que vivía en New York.
– Ya ven… – volvía a decir-. De qué noticias eran, ni nos enterábamos.
En cierta ocasión hizo dulces de ayotes en miel de piloncillo, los estábamos comiendo a la hora del discurso revolucionario, y volvieron a pasar las mariposas, iban muchas, eran tantas que cerraron las puertas.
Nosotros salimos para que nos tocaran el cuerpo, pero las mariposas nos evadían. Tenían un tono de color anaranjado intenso y eran pequeñas con disciplina de ir al norte, nunca supimos de donde salían.
Algunas veces llegamos a creer que nacían entre el maíz y el frijol de la Hacienda, fuimos a buscarlas y en efecto descansaban en las matas del maíz aporcado pero solo para esperar que el tren empezara a jadear y volvían a volar con el mismo rumbo. Eran estoicas y esquivas, muy ordenadas, una orden genética de la tierra las orientaba, pasaban entre la voz de Fidel, entre los árboles, rodeaban las casas, evadían obstáculos y seguían sin esperar la noche.
Pero la señora Pavlova pasaba como si no estuvieran ahí. Pero ahí estaban. A veces no dejaban caminar pero nadie más las veía, agarrábamos ramas de escobilla para detenerlas, pero esquivaban los golpes.
La señora Pavlova con la señora Chencha buscaban hasta el último pollito y los guardaban de las tormentas súbitas de agosto. Muchas veces nos entristecíamos por un pollito que se detenía parado en sus patas temblorosas, con los ojos tristes y casi moría, entonces ellas nos decían:
– Encomiéndalo a San Martín de Porres, abogado de los animalitos.
Buscaban una lata de leche vacía y lo encerrábamos en ella y le tamborileábamos con unos palos en la lata. Al destaparlo salía corriendo más vivo que sus hermanos.
– ¡Milagro! -decíamos- ¡Milagro, resucitó el pollo! y quizá eso fue.
Nosotros no teníamos radio de pilas, solo don Francisco y Antonieva, no había un televisor. Era tan distante y olvidado ese lugar que ni la monstruosa regimental llegaba para alegrar al boceto de Dante; en cierta ocasión una señora nos miró dentro del bamboleante autobús y nos preguntó:
– ¿Ya habían venido por acá?
Muchas veces pero en avión, le dijimos.
Ella nos creyó y nos preguntó pormenores que desde luego le comentamos de cómo pasábamos cerca de las copas de los árboles y arrancábamos mangos maduros. Y veíamos la ermita con su campana diminuta.
Una noche nos sentamos melancólicos cerca del árbol de conacaste para mirar hacia abajo, al fondo las lucecitas del valle de San Salvador, en donde la gente vivía con planchas sin carbones candentes, tomaban agua sin arañas peludas, sin huevos de sapos o ranas. No escuchaban la música del charro Antonio Aguilar o los monólogos de “Chilango” , sino The Beatles y The Rolling Stones; a veces nos inventábamos una canción al estilo africano, incluso escogimos un idioma diferente que lo hablábamos a la perfección:
“Mi mangas tre bongusta kokido supo o come’ll konservi sovagajn kuniklojn”, varios años después lo utilizamos en fórmulas de álgebra y física en nuestros estudios para abreviar tiempo en operaciones, daba el mismo resultado pero por un camino corto algunos profesores nos miraban como genios de botella.
Cuando nos dirigíamos para la casa, siempre imaginábamos que íbamos en un avión biplano con alas de lonas volando muy bajo mirando los zopilotes pasar por arriba, veíamos a los conocidos saludándolos con las manos, pero en realidad íbamos en un autobús de muchas partes de madera, hasta las ventanas eran de madera, el autobus tenía un enorme rótulo: NICO 7. Olía a perro aceitado.
Don Francisco, con su sombrero al estilo “Pedro Infante”, iba sudando y casi no se le veía por el polvo, generalmente las señoras iban con refajos y mantillas negras como cuando estaban en misa para esquivar un poco el polvo de las calles interminables y estrechas, parecía niebla en el verano, o enormes lodazales en el invierno.
Había un lugar que acertadamente lo bautizaron con el nombre “El Charcón”, se hacía una laguna de agua lodosa enorme que hasta los niños desnutridos salían a nadar en las calles.
Algunos hacían buceos imaginarios y pescaban piedras y tanta bullaranga gritaban hasta que se trasformaban en peces y otros en cocodrilos de fango.
Había una época de historiantes con un anfitrión llamado “ mayordomo” lo único claro de eso, era el que daba su casa para los ensayos y las comilonas a casi treinta personas.
En cierta época del año en casa de una familia pobre dedicada a fabricar almohadas de algodón burdo, todos los domingos se reunían en el patio de tierra dos hileras de doce hombres frente a otros doce, con una vara de madera simulaban espadas de repaso y brincaban con una mano en la cintura turnándose para hablar en español antiguo y chocar las espadas de madera.
Después de meses de repasos y platos de comidas suministradas por el “mayordomo”, para más de dos docenas de personas, se colocaban máscaras de madera pintadas con barbas y bigotes, camisas y pantalones de telas vistosas de colores y capas de satín, con el brincado con la mano a la cintura simulaban que iban a caballo hacia la batalla, dos de ellos eran reyes: un Moro y un Cristiano, los demás eran “ Gemusey” u otros “menjurcianos” representando las luchas de los musulmanes en territorio español, estos eran los “Historiantes del Plan del Pino”.
Alrededor del cuello usaban bufandas hechizas para protegerse de los malos aires, además hacían promesa a algún santo, incluso el que les daba donde ensayar y de comer a los moros o cristianos.
Hacían un espectáculo muy colorido y brincaban al ritmo de un tambor y una flauta de madera haciendo sonar monedas antiguas que les colocaban a las máscaras de Madera elaboradas artesanalmente, y las espadas reliquias de la época de la colonia echaban chispas y sonaban entre los diálogos repasados con la característica que el rey alternaba con el otro igual y así sucesivamente.
Esos bailes de historiantes duraban hasta dos horas y terminaban en comilonas de pan con frijoles fritos, pan de dulce poroso con chocolate y reuniones de sobremesa con licor barato y en varias ocasiones iban a comprar las gallinas, patos, pavos de la señora Pavlova y hasta un chancho relleno de morongas y papas con mazorcas.
En cierta ocasión un “cristiano” llegó a mona y comenzó a perder el hilo de la letra, terminó llorando hablando babosadas de borracho, pero el repaso y comilona fue más nutrido.
Uno de ellos se lucía a la hora que le tocaba hacer bailar su “caballito”, movía la pierna con las botas y brincaba haciendo trotar el caballo árabe que nosotros casi veíamos y tocábamos : chúcaro, negro y brioso de un lado para otro, mientras los músicos del tambor con el pitillo de bambú tocaban y soplaban con ganas; era muy carismático y educado este rey, tenía 36 años de edad casado con una joven de 16 con dos hijos muy pequeños; en su haber una casa con huertas, vacas y bueyes para el trabajo, generoso y con buenos modales un verdadero rey cristiano, en cierta ocasión invitó a don Francisco a comer y fue atendido como Moro, en casa de rey Cristiano.
– Ili komencas danci historiantes kaj donu ilin pano cokoladon KUNIKLOJN fritura fabojn, decía uno de nosotros.
– Se kaj kiom bono estas ke neniu komprenas nin, nir ni.
Pero hubo alguien que apareció de la nada y nos dijo:
– Kiam mi alvenis riendo kaj parolas por bono literaturo.
Y nos reímos a medida que se desvanecía ese sujeto con bigotes espesos y boina de literato.
– Mi salutas vin tra tempo kaj spaco juna genio… y se disipó en la brisa, para volverlo a encontrar mucho tiempo después en un cafetín de París frente a la torre Eifel y hablamos en el mismo idioma riéndonos con una botella de vino, un café y pastel de chocolate.
– Memorante la almonoj kaj jaroj de milito en la lando de la Katedralo de la infero, Hej, Hej, Hej .
Al pasar esos días de fiesta de domingos de historiantes, teníamos que regresar a la realidad, madrugar a las cuatro de la mañana con las canciones de Antonio Aguilar y los chistes de “Chilango”, ir a esperar el autobús apartándonos con un pañuelo los mosquitos incómodos que nos zumbaban las orejas, los buses pasaban cada hora y arrastraban una nube de polvo, sonaban los motores como que se iban a partir en las cuestas, ahora nos explicamos las virtudes del oído anhelante de los cachorros que esperan a su amo, nosotros en nuestro oído identificábamos con exactitud el autobús incluso con su número de unidad.
– Ahhh es la NICO 7, y así era.
– Ahh ese es el que maneja el señor gordo y muy sucio de la camisa, el bus chato San Pedro 12 -y así era-; nos subíamos y viajábamos despacio, pasando entre muros de tierra blanca, casas de campo desperdigadas, sembradíos de maíz, de cañaverales muy largos, hasta llegar al desvío de Tonacatepeque al salir los primeros rayos del sol y algunos gallos cantando, hasta alcanzar la calle pavimentada y estrecha muy cerca del Hospital de Tisiología de Soyapango y la cancha “ Venecia”.
Después muy cerca de la “pila seca” lugar en que la señora Pavlova le dejó ir tres disparos cerca de las piernas a una vieja que le iba diciendo leperadas en el autobús, (según nos comentó en sobremesa); el motorista bajó a la lenguaraz y la despidieron con tres tiros. Así se arreglaban las diferencias, al estilo Clint Eastwood.
Una mañana íbamos con don Francisco, en la NICO 7, comenzó el motorista a hacer giros alrededor del redondel frente a la “Escuela para Ciegos”, poco antes de llegar a la estación de buses viejos muy cerca de un monumento a un Águila, en el Parque Infantil.
Pero en ese remolineo del autobús alrededor del redondel íbamos hacia la salida y un montón de mujeres con canastos querían salir primero, se levantaron con los pipianes, zapotes, tomates, elotes y naranjas y en una vuelta brusca don Francisco se soltó del pescante de tubo y nos fuimos de carambola llevándonos a las viejas gritonas hasta caer en la parte trasera entre asientos y matates, el cobrador tuvo tino de tirarse antes de que lo aplastaran haciendo un desmadre de zapotes, mangos mechudos y pipianes.
En la pelotera logramos salir antes de que determinarán quiénes fuimos los responsables, porque las puteadas comenzaron al aplastar las ventas, logramos salir corriendo por una calle que daba hacia la antigua oficina de Migración.
Íbamos riéndonos hasta que nos dimos cuenta que los zapatos que llevábamos era uno de uno y otro de otro polvorosos y untados de tomates.
Mientras en el terrenito, un borrachín y haragán amigo de don Tambo (asesino de mascotas), llegó a insultar a la señora Pavlova desde el portón y le pedía dinero, la señora Pavlova con su delantal iba a desayunar, se le agrió la saliva, se acercó al portón y dijo:
– ¿Cuánto es lo que dices que quieres, “CHELE cóndor”?
¡Cinco pesos! dijo muy seguro. Estaba sin zapatos, con sombrero y cara de haragán con sonrisa sin dientes y un machete pelado bajo el brazo.
– Aquí están tus cinco y te regalo otro ¡pendejo!.
Le dejó ir seis tiros que lo hizo bailar como verdadero Moro, y después salió corriendo. Ese disgusto le duró mucho a la señora Pavlova y decía que no podía digerir bien los alimentos y tomaba pociones de Peptobismol y aguas de sábila.
– ¡Pero me desquitaré de ese hijueputa!
Un buen domingo soleado y tranquilo mientras don Francisco hacía la siesta en una silla plegable de lona en el corredor enorme, puso al sol los tiros de plomo de su Colt calibre 32 sobre una barda de cemento para que no entraran los patos, por sucios. La señora Pavlova agarró el revólver, le cargó los seis tiros y llevaba su revólver calibre 22 también, uno en cada bolsa del delantal.
Ya había visto al “CHELE cóndor” subido en un árbol de mango “indio” en la hacienda de enfrente robando para que los vendiera la mujer en el mercado. Eran unos cuarenta metros entre la señora del desafío y el “CHELE cóndor”.
Se ubicó ella en posición del agravio del oeste, iba sin sombrero, pero así la imaginamos con un sombrero de vaquero, un caballo Pinto gitano a un lado, desenfundó con los ojos cerrados los dos revólveres y disparo con izquierda y derecha, volaban ramas y hojas de mango al contacto de los balazos, el “Cóndor” se puso pálido y se deslizó desde ocho metros de altura , cayó entre mangos podridos, hojas secas y salió corriendo.
– ¡Vean si lo mató!, dijo don Francisco.
Aún no, pero esta recargando, dijo la señora Chencha y se reía .
– Quítenle esas babosadas, va a matar a alguien… ¡Hagan algo!.
¡Déjenmelo! -gritaba la señora Pavlova- ya casi me curo del estómago… Y dejó ir otra ronda de balazos hasta que el “Cóndor” casi volaba sin zapatos.
– Kondoro ne geni sii Debas pafiloj… Hej, Hej se ili povus kompreni, dijo alguien desde el futuro, sonriendo con su pluma y la boina negra de literato.
Ella tenía familiares que estaban de alta en la Benemérita y vivían muy cerca, eso apaciguó un poco las cosas, los guardias militares pasaban con frecuencia por recomendación especial. Los muchachos uniformados eran muy conservadores con su botas y fusiles G3.
Pero las cosas más se caldearon y don Francisco se vio obligado a salir más pronto de ese lugar dejando las gallinas, cerdos, sembradíos, el sollozo del tren asmático, el pozo de manivela y agua con arañas peludas, las mariposas doradas, los discursos del comandante, su entorno de casa de campo, para ir a vivir a otro sector del infierno: “Al pueblo de la yuca”. Pero ese es para otros capítulos, que está con bastante material el tintero y escribirlo en otro cuento o novela. SALUTON ULO LEG ANTOJ EN LA MONDO.