Pintor autóctono, orgullo de El Salvador en Nueva York

 

Nació en Honduras, pero fue asentado en El Salvador, pues sus padres así lo decidieron porque su viaje a territorio hondureño fue forzado por las circunstancias generadas por la cruenta guerra civil que vivía para entonces El Salvador.

El indio salvadoreño, el campesino, sus instrumentos y sus animales, todos cobran vida a miles de kilómetros de su tierra natal Pasaquina, del departamento de La Unión. Así, mantiene vivo no solo el recuerdo de su patria, sino sus raíces su humildad, su sencillez y su autenticidad. Saúl Umanzor, no responde con el tradicional “oh” antes de cada expresión. Sencillamente habla como lo que es: un originario de El Salvador. No por ello ignora el inglés, su página web está escrita en los dos idiomas y su máxima expresión de artista la muestra con los cuadros extraordinarios que pinta en sus horas libres. Periódico Equilibrium lo entrevistó para presentarle a sus compatriotas parte de su historia respecto a sus inicios como un artista destacado.

Saúl es hijo de un pequeño comerciante, Encarnación Umanzor, y de una sensible dama aficionada a la costura, María Etelinda Umanzor. Así lo cuenta en su página en la cual recuerda que creció en el seno de una familia tradicionalmente unida y humilde.

“Desde pequeño la traía”, dice, mientras cuenta cómo descubrió su habilidad para la pintura. Sus compañeros de escuela y sus maestros lo animaban cuando veían su potencial, allá, en aquella escuela de Pasaquina llamada Centro Escolar Mixto y después en el colegio luterano “Juan Ahues Paredes”, en Santa Rosa de Lima. Desde entonces ya era un apasionado de la pintura.

El paisaje y el retrato lo iniciaron en su arte; pero luego de llegar a Nueva York, donde ahora reside desde 2002, ha descubierto otra cosa: que no solo basta pintar y pintar bien, que además, es necesario identificarse con su pueblo, con su gente, con su país, no importando la distancia.

Saúl creció en  medio de lo que ofrece el campo, vio, vivió y sintió en su piel ese ambiente de humildad y de paz, solo interrumpida por aquella guerra.

Quizás por ello, ahora se decanta por pintar las raíces, el origen, aquellas casas viejas que perduran en la mente desde su niñez.

Como parte de su historia, recuerda que en 1980, sus padres y su hermano mayor se trasladaron a Honduras, por seguridad de la familia. Allá nació, el 20 de Mayo 1981. Dos años más tarde regresaron a El Salvador, donde Saúl fue registrado en el Municipio de Pasaquina, La Unión.

Dejó su país y su familia mientras estudiaba se segundo año de arquitectura en la Universidad de Oriente. Su experiencia en tierras lejanas, como era de esperarse, fue traumática. “El hecho de encontrarse en otro país y de empezar de cero, como muchos lo hacen, fue muy difícil. Sin embargo,  conservé mi sueño como cualquier otro lo hacía”, dice.

En su página web escribe que realizó todo tipo de empleos y trabajó en una tienda de artesanías, donde la oportunidad de convertirse en pintor se hizo aun más real. Sin recibir nunca clases de pintura, dejó que su cerebro se liberara. Con el dinero que ganaba compraba materiales para pintar.

Agrega que se sentía desesperado, incomprendido y emocionalmente aislado al no tener el apoyo de un instructor. A pesar de no contar con ningún taller o estudio adonde pintar, el deseo que tenía de limpiar una brocha o de empezar un cuadro, hizo que durmiera al lado de esos olores de pintura. ¡Esa era su adicción!

Un reto inesperado

Un grupo de muchachas estudiantes se acercaron un día a Saúl y su hermano mayor, Joel. Les pidieron de favor que les dibujaran a un hombre mirando a través de un telescopio. Sin saberlo, aquel favor que les pedían se convertiría en un reto para Saúl.

Al final, el mejor dibujo evaluado por las estudiantes, fue el de Joel, lo cual despertó, hasta cierto punto la rabia de Saúl, quien desde entonces se juró a sí mismo mejorar su dibujo y, en general, su arte.

La práctica le ayudó mucho, dice varios años después de aquella experiencia. Paso días y noches descubriendo maravillas con el pincel, y al hacer ese sacrificio se dio cuenta que verdaderamente, todo es posible lograrlo.

Saúl ahora representa a los salvadoreños en la llamada Junta Hispana, en la que se reúnen los mejores artistas de diversos países. Representar al país, no ha sido una decisión oficial, sencillamente, Saúl sintió la necesidad de participar por primera vez en la edición de esta Junta en 2010 y, desde entonces, sigue participando cada mes de junio.

Pero sus obras han recorrido algunas galerías de Nueva York y sus proyectos se equiparan con los de otros artistas profesionales, dice. Quiere continuar trabajando y perfeccionando su arte.

La pintura lo mantiene vivo y gracias a ella puede respirar y seguir adelante. Saúl tiene su propio empleo, pero ahora le dedica más tiempo a la pintura.

“La vida es como pintar un cuadro y mezclar los colores. Quizás tú no puedas controlar los colores pero inténtalo y ten la certeza de que El Creador de los colores siempre estará a tu lado, para guiar tu pincel”, dice Saúl, para culminar con su historia.

Deja un comentario

  1. Pingback: La visión de Saúl Umanzor | Periódico Equilibrium

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *