¿Para qué voy a sembrar frijoles?

Pobreza

“Antes, a pesar de que hubo guerra y no teníamos electricidad y teníamos deficiencias con el servicio de agua potable, vivíamos mejor porque si usted salía al río, salía a trabajar, dejaba su casa sola y venía a encontrar todo en orden”.

Por: Jimmy Vásquez, Asesor en Políticas PNUD.

Revista Humanum.

Las anteriores son palabras de Jairo, participante de un conversatorio realizado en Guazapa, San Salvador para el estudio La pobreza en El Salvador desde la mirada de sus protagonistas. Si Jairo afirma que prefiere la vida del tiempo de la guerra civil a la actual es por una razón de mucho peso: la inseguridad.

En general, para las personas que viven en situación de pobreza, la inseguridad está afuera de sus comunidades, al traspasar sus umbrales. Esta percepción es más fuerte en las comunidades rurales, donde hay una distinción física muy marcada entre el “adentro” (la pequeña comunidad) y el “afuera” (la nada, grandes extensiones de matorrales, maizales, cañaverales o simplemente aridez). En el ámbito urbano, las comunidades pueden estar mezcladas con el resto de la ciudad, que es donde, a su juicio, se dan las verdaderas amenazas.

La inseguridad en la pobreza priva de aquellos pocos momentos de diversión, al menos, a algunos miembros de la familia. Así nos lo explicaba Mauricio en Chorro Arriba, Izalco: “A mí me gusta el fútbol, pero no me la puedo llevar a ella (refiriéndose a su esposa), porque un día que me la llevé, ese día se me metieron (los ladrones) a la casa”.

A la explicación de Mauricio se le sumaba la de Soledad, de la comunidad El Llano, en Santa Ana, quien nos dijo: “Mire, uno siempre tiene que dejar a alguien cuidando su casita, porque puede venir algún pícaro a quitarles el poquito de maicito que uno ha recogido”. Ese “alguien”, tradicionalmente, le ha correspondido a la mujer, quien debido a ello no sale mucho a divertirse.

Ser víctima de la inseguridad en pobreza implica, además de vivir con temor y angustia, días de trabajo perdidos y gastos extraordinarios. Matilda, quien recientemente había pasado por uno de estos momentos, nos comentaba lo siguiente: “Mire, bendito Dios, que yo tengo una hermana que está en Estados Unidos y me mandó la remesa, porque hace poco que a mi esposo por robarle en el bus, le golpearon y tuvimos un gran gasto en la herida, sino a saber cómo hubiéramos hecho”.

La inseguridad profundiza la situación de pobreza. No solo porque puede succionar a sus jóvenes, sino porque impide que la gente realice sus tareas cotidianas: salir a trabajar con tranquilidad y dejar las casas, los terrenos o las cosechas, o que los hijos vayan a la escuela.

Al respecto, Nehemías, de la comunidad Tierras de Israel, San Pedro Masahuat, La Paz, señalaba: “Fíjese cómo es la cosa, si uno sale a trabajar, no hay quién les eche el ojo a los cipotes… Si uno de por sí ya vive limitado, imagínese si uno llega a perder lo poco que tiene… Pero a veces así nos pasa, que uno trabaja para que otro venga y le quite. Y entonces, dígame usted que es estudiado, con lo costoso que es hacer milpa, ¿para qué me voy a poner a sembrar frijoles?”

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