Los “Francis” de mente inquieta

Sabía que era absurdo cuestionarse cosas que no tendrían respuesta y siempre llegaba a la conclusión de que debía vivir el presente todo lo mejor que pudiera, sin remordi-mientos y en total entrega

Por: Elsy Ch./Foto:

Sentado cabizbajo en la acera, poco le importaba el tráfico o los conductores agresivos que de vez en cuando insultaban a otro que se había quedado suspendido, cuando el semáforo daba la señal de continuar, sus pies apenas permanecían alejados de las llantas de los vehículos, estaba absorto en sus pensamientos y ni siquiera movía sus piernas aun cuando los conductores sacaban su cabeza por la ventana para decirle palabras ofensivas que no quiero repetir.

La mente de Francis era inquieta y sus pensamientos persistentes, no había paz en su interior, solo guerra, se sentía incomprendido y se había dejado inundar por el hastío, ¿qué era la vida? ¿Por qué? ¿Para qué? Todos inventaban cada clase de teorías, pero para él ninguna era convincente.

Se preguntaba si su forma de pensar se trataba de una enfermedad que no tenía cura, de una fijación o insatisfacción permanente, si había heredado la personalidad de su padre, que según le habían contado a los treinta y siete años se subió a un puente de quince metros de alto y se lanzó hacia el vacío quitándose la vida.

– ¿Acaso él habrá pensado lo mismo que yo? se preguntaba.

¿Cuál es el sentido? ¿por qué? ¿para qué? eran las preguntas que se repetían en su cabeza y que por más vueltas que les daba, no encontraba una respuesta y, si alguien había pretendido dárselas, todas las teorías le parecían poco convincentes y conformistas.

Finalmente, cuando ya oscurecía decidió ponerse de pie y comenzar a caminar por la acera, veía niños que con sus caras risueñas miraban a sus padres, otros que llorando se tiraban al suelo porque pensaban que con tal actitud lograrían lo que querían y en efecto, la mayor parte del tiempo así era, tan pequeños y ya dominaban a sus padres, ¿Qué clase de personas serían en el futuro?

Vio ancianos que caminaban luchando contra la vejez, mucha gente trabajando en restaurantes y supermercados atestados, unos amables y otros que hacían sus tareas refunfuñando, la noche se hacía fría después de un día de mucho calor.

Se daba cuenta cómo algunas personas eran fácilmente complacidas con una simple sonrisa o una palabra amable y otras eran duras como una roca, se mantenían inertes en posición molesta, lejos de la influencia de la cordialidad.

Para él todos, de distinta manera, estaban en una lucha constante impulsados simplemente por la necesidad de sobrevivir y adaptarse a un mundo sin sentido, en el que se nace para morir después y aunque sabía que tenía un alma, pues si no la tuviera este cuerpo no tendría aquella voz interna que le incentivara a tomar el camino del bien y a no complacerse en todo, no estaba seguro del lugar al que esta alma iría después de fallecer.

– ¿Y si nuestra alma es una luz que le da vida y sentimientos y emociones a este cuerpo y cuando éste último fallece, simplemente esa luz se desvanece? se preguntaba.

– Y si existe el cielo y el infierno ¿cómo Dios valorará qué es lo malo y qué es lo bueno, cuales acciones considerará que son dignas de perdón y cuáles no? porque definitivamente existe un Dios, sino no habría una perfecta armonía en todo lo creado y, si Dios es amor y desea que todos sus hijos se salven, no es posible que se canse de darnos una y mil y más oportunidades, hasta que alcancemos nuestra perfección, meditaba.

¿Y si en la vida aprendemos lecciones como cuando estudiamos en la escuela, no es lo más lógico que vayamos subiendo de grado en el camino de nuestra perfección, hasta que lleguemos a obtenerla por completo y podamos estar ese día frente a nuestro Creador?

¿Y que pasa si no existe el cielo ni el infierno como lugares específicos e iguales para todos a los que deberemos ir? ¿Y si cada uno habrá construido en base a sus acciones presentes su propio cielo o su propio infierno después de la muerte, según lo que considera que se merece? divagaba.

Sabía que era absurdo cuestionarse cosas que no tendrían respuesta y siempre llegaba a la conclusión de que debía vivir el presente todo lo mejor que pudiera, sin remordimientos y en total entrega, pues si era uno o lo otro, si hacía el bien siempre terminaría en un buen lugar.

Y yo digo: así como Francis, habemos muchos que meditamos en estas cosas, aun sabiendo que en todo ello hay preguntas que, mientras vivamos, jamás resolveremos, pues solo los muertos han descubierto lo que viene después de esta vida; pero una cosa te digo mi apreciado lector: si bien es cierto, nos abruman a algunos esta clase de pensamientos, lo cierto es que Dios es amor, que conoce lo más íntimo de nosotros y comprende las razones de nuestras acciones y que aún sabiendo lo que somos, los errores que cometemos, ha dicho que nos ama y que lo hará por toda la eternidad y, por tanto, de un padre amoroso, solo cosas buenas podemos esperar.

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