Algunas ideas en la educación de los hijos

La educación, más que en dar órdenes o en dirigir sermones a los hijos, está en ser conscientes de la gran responsabilidad que carga sobre los hombros de quien desee ayudar a otros a ser mejores.

Por: Juan Carlos Oyuela.

Un padre de familia notaba que su hijo varón estaba llegando a la edad en la que quería compartir con él su principal pasión: el fútbol. Sin embargo, tenía dudas de llevarlo al estadio a ver un partido porque sabía que el ambiente tal vez no sería el más adecuado.

Seguramente su hijo se encontraría con un vocabulario poco apropiado y todavía no quería exponerlo a esos inconvenientes. Un día su mujer lo notó más pensativo y el esposo le comentó sus dudas con relación a la afición futbolística que quería compartir con su hijo.

Me contaron que ella contestó algo así: “Mientras nuestro hijo no escuche las malas palabras de parte de su padre, todo estará bien”.

Aunque los hijos no quieran aceptarlo, sobre todo en la adolescencia, los padres ejercen un poderoso influjo sobre ellos durante toda su vida. En estos días de mayor convivencia familiar, es natural que los padres se interesen de forma especial en la educación de sus hijos.

Al estar en casa, es inevitable que los más jóvenes se fijen en el comportamiento de sus padres, en cómo afrontan las adversidades de estos momentos, en la alegría y el espíritu de servicio con que acometen las labores domésticas etc.

Estar en la casa elimina la excusa en la que caen con facilidad algunos padres diciendo que carecen de tiempo para atender a sus hijos. Es verdad que algunos tal vez estarán más apretados en su horario que lo habitual pues además de atender las obligaciones del trabajo es lógico involucrarse en estos días en las diversas tareas que surgen en la convivencia familiar.

Como mencionaba en la historia del inicio, el ejemplo de los padres es fundamental. Los hijos se fijan en todo, en lo que sus padres hacen o dejan de hacer. Esto requiere de parte de los padres una mayor conciencia de vivir ellos mismos, en primer lugar, los valores que quieren ver reflejados en el comportamiento de sus hijos.

Recuerdo que hace algunos años un papá me hablaba muy contento sobre las correcciones que le hizo su hijo pequeño de seis años. En este caso, mi amigo sin dudarlo llevó a su hijo al estadio y no pudo evitar lanzar algunos comentarios fuertes en contra del árbitro.

El niño pequeño volteó a ver a su padre y le dirigió una advertencia parecida a esta: “Papá, entonces ¿en qué estamos?”. Mi amigo tuvo que reconocer que no había actuado bien e hizo el propósito de rectificar. Luego me comentó que algunos días después estaba llevando a su hijo a la escuela. Como no tenía tanto tiempo tuvo la tentación de saltarse la fila que estaban haciendo los otros automóviles para entrar a la escuela.

Cuando el niño notó la intención de su padre bastó una mirada para hacerle entender que él no estaba conforme con ese comportamiento.

La educación, más que en dar órdenes o en dirigir sermones a los hijos, está en ser conscientes de la gran responsabilidad que carga sobre los hombros de quien desee ayudar a otros a ser mejores.

Me lo decía un papá que está esperando el nacimiento de su primer hijo en los próximos meses: “El mejor regalo que puedo darle a Luis Alberto es esforzarme en ser un buen padre desde el primer momento y para esto necesito incorporar algunas virtudes en mi propia vida”.

La ejemplaridad es fundamental. Pero también lo es el esfuerzo por conocer, de verdad, a los propios hijos. ¿Cuáles son sus ilusiones? ¿Qué les gusta? ¿Cuáles son sus principales dificultades de carácter? Igual que un médico sería irresponsable si no se esforzara por conocer a sus pacientes y descuidara acertar con el diagnóstico, de la misma forma, los padres de familia deben poner un especial empeño por profundizar con mirada atenta, agudizada por el amor, en cuál es la verdadera personalidad del hijo.

Para las madres de familia esto puede resultar más fácil debido a su intuición natural femenina y a la conexión de cariño y ternura que ellas establecen con sus hijos. Para los padres, tal vez más racionales y menos intuitivos, el conocimiento de los hijos requiere más dedicación desinteresada de tiempo, horas de juego o conversación juntos y sobre todo mucho estudio y reflexión posterior sobre cada uno de los hijos.

En mi experiencia de formación con niños y adolescentes algunas veces he constatado con cierto dolor que los hijos no tienen confianza con sus padres. Se dan casos en los que los jóvenes se sienten más queridos y comprendidos por sus amigos o por personas ajenas a la familia, simplemente porque no han encontrado la apertura o el tiempo que necesitaban.

La amistad entre padres e hijos tal vez surja de compartir una afición como el fútbol. Más de un caso se ha visto en que de un padre muy aficionado a un deporte surge un hijo con otros intereses.

En cualquier caso, nace del cariño y la dedicación de tiempo. Con la atención y la escucha, aunque a veces cueste tener paciencia para atender a las menudencias de los hijos. Sin embargo, la principal conexión padres-hijos surgirá sobre todo con el esfuerzo por llevar una vida auténticamente ejemplar.

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