Aferrándose al pasado

aferrandose

Soy el hoy, el ayer, el mañana, el principio y el fin, la muerte y la vida, puedo dar y quitar y escojo darte la vida, pero no olvides que de ti depende conservarla.

Por: Elsy Ch.

En pleno bosque yacía una iglesia abandonada que hacía tiempo había formado parte del centro de una ciudad; un terremoto potente había destruido todo a su paso, dejando aquel pueblo completamente en ruinas y en la distancia solo se lograban divisar algunas de sus paredes que se resistían a desplomarse con el paso del tiempo.

Su techo y parte del segundo piso habían desaparecido y, en el primero, aún quedaban vestigios de lo que un día fue su forma original.

Dada la situación, sus habitantes decidieron abandonar el lugar, con lo que fueron sus casas y con sus muertos y decidieron reconstruir todo de nuevo, pero ésta vez más cerca de otros poblados; así podrían olvidar, conseguirían más fácilmente todo lo que para ellos era indispensable y además podrían comerciar sus productos, que eran básicamente agrícolas.

La mayor parte de los habitantes reiniciaron sus vidas o fingieron hacerlo, dejando el pasado atrás; se entretuvieron con sus rutinas, el ir y venir, el hacer, vender y comprar.

Pero como sucede en todas las historias, siempre hay alguien que se aferra al pasado y no puede seguir adelante si no vuelve atrás, ese era: Agustín, un joven de veinte años, que permanecía apartado del bullicio del pueblo y no entendía cómo la gente podía olvidar tan fácilmente o fingir que lo hacía, solo para encajar en el ambiente y la sociedad.

El solía encerrarse en su habitación por largo tiempo y sus padres y hermanos no sabían cómo hablar con él, pues era de aquellas personas que suelen contestar con un simple “si” o un simple “no”, con un “todo está bien” o un “no necesito nada”; ello aunque sientan que la vida por dentro se desmorona a pedazos y sus pensamientos fluyan como fuente inagotable de aguas amargas que torturan.

Por las tardes parecía que estaba en su cuarto, pero escapaba por la ventana y echaba a correr hacia aquella iglesia abandonada, cuyas paredes y escaleras repletas de telarañas y polvo, apenas se mantenían en pie y sus bancas por el suelo partidas en trozos; al llegar, subía rápidamente al segundo piso, o más bien, a lo que quedaba de él, se sentaba en el suelo bajo un cielo abierto y lloraba amargamente.

– Si hubiera hecho más por ti, si hubiera llegado en el tiempo y momento indicados, no estarías enterrada bajo estas piedras… ahora, todo lo oscurecen las sombras y esto que antes fue pueblo, solo está envuelto en ruinas y desolación, te marchaste y la muerte se adueñó de tu partida, no hubo tiempo de decir adiós y ahora soy yo quien vago entre las sombras, esperando por las tardes una noche que ya llegó, pues el sol calienta mi cuerpo, pero mi alma está tan fría como el invierno; ¿por qué no huiste como los demás? ¿por qué tuviste que esperarme? ¿salvarme yo y tú morir?… me hubieras enterrado en el abismo, donde los brazos de la muerte me alcanzaran y si tanto me amabas… ¿Por qué no decidiste aferrarte a mi lado y así juntos morir?

Y en los escombros de aquella iglesia, empiezan a verse las sombras, son las ramas de los árboles que se mueven, algunas reflejan formas tan escabrosas, pero no lo espantan, está tan sumido en sus pensamientos, hasta que ve una que llama su atención, la ve acercándose oscilante y levanta la mirada, es oscura, su contorno como la silueta de alguien, no tiene rostro, a su vista sigue siendo como la sombra que se refleja a sus pies.

No puede ser un ángel, puesto que no tiene alas -piensa- aunque pensándolo bien ¿quién sabe si los ángeles tienen alas? nadie que conozca los ha visto.

Se queda mirando y no dice nada y la figura sigue ahí frente a él, sin moverse, y si hace gestos Agustín no lo sabe, pues si tienen un rostro, Agustín no lo ve. Sigue quieta aquella figura, pero ahora… habla:

– La muerte no espera… solo arrebata, se acabó el tiempo y ya no hay minutos ni segundos para hacer lo que no hiciste, para reír o llorar, para abrazar o soltar, para buscar o encontrar, para besar o abrazar, para despedir o encontrar, no quedan instantes para odiar o amar, para dejar ir el rencor y perdonar, para huir o enfrentar, para arrepentirse o reivindicarse; llega, y suele congelar hasta la más fiera de las miradas y poner al cuerpo fuerte y robusto en completa rigidez y aunque el espíritu humano grite, llore, se resista, se retuerza o se esfuerce, no vuelve a este mundo otra vez.

Lo que no hicieron nadie lo completará, lo que no remediaron simplemente seguirá su curso… lo que fue bueno prosperará y lo que fue malo los consumirá.

¿Y qué haces tu? estás aquí cada tarde, lamentándote de un pasado que no puedes cambiar, torturas tu alma en vida y así ¿cómo avanzarás?, estás muriendo, cuando la muerte aún por ti no ha venido, ya te congelas y aún estás lejos del frío, ¿acaso quieres que remedie tu dolor? ¿le pides a la muerte que se apresure y venga? ¿quieres reunirte con tu amada? y ¿que hay de los que dejas?

– ¡¿Acaso no ve que en mí no hay vida? ¿Puede ver aquí estas ruinas?, la noche ha caído y todo está cubierto de sombras y pareciera que hay silencio, pero dentro de mí hay voces que no callan y me torturan con sus gritos, el peso que llevo a mis espaldas sobrepasa mis fuerzas y el dolor que llevo solo ahoga mi voz que clama por auxilio! –exclamó Agustín-

– Pues encuentra el silencio, en el silencio de la mente se encuentra la paz del alma, acaso no entiendes, no es el exterior o lo que ves lo que importa, es lo que llevas dentro, es tu interior.

Aquella figura, extendió lo que parecía un brazo y toco el pecho de Agustín; Agustín vio que ahí, justo en el centro de su pecho yacía una luz tenue, que su llama no quemaba y hacía que todo su cuerpo y todo su ser se sintiera tibio, cálido… lleno de paz, le dio la sensación de no necesitar nada, de olvidar su dolor, de sentirse… completo.

– Si alimentas esta llama crecerá –dijo la sombra-   pero no olvides que es muy frágil, tus malos pensamientos y tus malas acciones la debilitan y si persistes en ellas pueden llegar a extinguirla por completo.

¿Y quién eres? preguntó Agustín.

– Soy el hoy, el ayer, el mañana, el principio y el fin, la muerte y la vida, puedo dar y quitar y escojo darte la vida, pero no olvides que de ti depende conservarla.

Fue lo último que dijo y alejándose… desapareció.

Agustín se puso en pie, comenzó a caminar cubriendo con sus manos aquella pequeña luz y emprendió su camino de vuelta a casa y a cada paso que daba, fue alejándose del pasado sin ver atrás; esa luz interna que le fue dada, mientras más se alejaba más brillaba…volvió a su familia, a sus padres y hermanos, volvió a su pueblo con su bullicio y su canto y poco a poco fue olvidando y fue sanando, dejando atrás toda aquella oscuridad, viviendo día a día… el hoy.

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